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Letras del mundo

María Susana Ibañez - Argentina

María Susana Ibañez - Argentina

El Cyberpunk, o no todo ha sido escrito todavía

La ciencia ha jugado un rol esencial en la historia del pensamiento utópico y también en el surgimiento de las distopías. En nuestro tiempo, el impulso hacia la utopía ha sido reemplazado por proyecciones distópicas que simbolizan nuestro actual descreimiento en cualquier visión idealizada de la sociedad. Hasta subgéneros como la ciencia ficción, que inicialmente propusieron visiones optimistas de las posibilidades del progreso tecnológico, han dado un giro hacia la distopía que se manifiesta en el surgimiento, por ejemplo, del cyberpunk, subgénero fundado por William Gibson con Neuromancer (1984), y que encuentra antecesores en escritores de primera línea como Thomas Pynchon.
Aunque sin hacer un análisis profundo del subgénero, Frederic Jameson llamó al cyberpunk “si no la suprema expresión literaria del postmodernismo, al menos sí del capitalismo tardío” (mi traducción, 1991: 417). Se trata de una afirmación por demás extraordinaria en un pensador que siempre enfatizó el rol mediador de los géneros, sobre todo porque relaciona el cyberpunk directamente con el contexto de producción sin hacer alusión a su relación con otros dos subgéneros, la ciencia ficción y la narrativa postmoderna. Jameson convierte el cyberpunk en un síntoma de la pérdida de conciencia histórica, que tiene un paralelo en la ficción en Un Mundo Feliz, la novela también distópica de Aldous Huxley.
El cyberpunk puede ser muchas cosas (una generación más en la evolución de la ciencia ficción, una escuela dentro de ese género, un fenómeno de mercado), pero para Mc Hale se trata precisamente de la escritura que surge de la convergencia entre la ciencia ficción y la ficción que él llama “de elite” (1992: 149). Aunque parte de la crítica sostiene que no hay gran diferencia entre esta forma narrativa y la ciencia ficción, puede detectarse la recurrencia de algunos motivos que justifican su clasificación como un subgénero nuevo.
Puede decirse del cyberpunk que es una forma de ficción postmodernista por la preocupación que demuestra por lo ontológico: estas historias no apuntan ya a qué hay que conocer del mundo o cómo puede conocerse el mundo, sino a qué es el mundo, a cómo está conformado, a la existencia de mundos alternativos y a las diferencias entre estos mundos y el que conocemos, y a qué ocurre cuando pasamos de un mundo al otro. La ciencia ficción se dedicó a explorar pequeños mundos alternativos para hablar del mundo real, y ubicó esos mundos bajo el mar, en el espacio, en sitios recluidos donde estos mundos alternativos pudieran existir incontaminados y al mismo tiempo representar la categoría “mundo”. El cyberpunk también utiliza estos mundos espaciales o subterráneos, pero en vez de presentarlos como ultramodernos y asépticos, los construye en términos de pobreza y corrupción, submundos de los que sólo se desea escapar. A veces estos nuevos mundos se dibujan sobre el mapa político actual, de modo que Estados Unidos aparece representado como una serie de enclaves con diferentes ideologías que pueden llegar a legitimar el apartheid o las dictaduras más recalcitrantes, como en Snow Crash (Stephenson 1992). A estas “islas” se suman otras virtuales en las que los personajes se refugian para vivir existencias alternativas, enfatizando pro contraste los defectos del mundo que prefieren abandonar.
El héroe de estas historias tiene características legendarias: en su itinerario visita estos submundos, reales o virtuales, remarca sus diferencias y se manifiesta como un rebelde: es hacker, contrabandista de hormonas, o traficante de drogas o de órganos, en fin, el producto del avance tanto de la pobreza como de la tecnología. En su movimiento, el protagonista de estas historias actualiza lo que Foucault llamó “heterotopías”, esos espacios imposibles en los que se yuxtaponen submundos sin un orden aparente. Las historias pueden transcurrir en zonas de guerra, pero cuando ocurren en espacios urbanos, no existen fronteras que distingan un espacio de otro, de modo que algunos espacios aparecen como implosiones dentro de otros más extensos. El caso típico es el del Sprawl o de Chiba, zonas que podrían ubicarse geográficamente en Nueva York y en Tokio respectivamente, pero que se diferencian del resto del mundo en que son una mezcla de culturas y de estilos, de idiomas, de riqueza y exclusión, ciudades carnivalizadas (Neuromancer, Gibson). Dentro de los grandes espacios de estas ficciones, aparecen otros más reducidos que actúan como sinécdoques de los anteriores, como una mise en abyme: así los barrios rojos, los ghettos, los enclaves racistas... (Snow Crash, Stephenson)
Esta combinación de submundos, ya presente en la ciencia ficción, es diferente en el cyberpunk por la inclusión de un eje vertical, por la superposición de mundos que se hace posible gracias a la existencia de espacios virtuales. Aquí ya no hablamos de submundos, sino de meta-mundos, como es el caso del Metaverse en Snow Crash, un espacio que únicamente existe en la Red y del que participan sólo aquellos que han creado una identidad para pasear e interaccionar a lo largo de una calle virtual carnivalizada. No son espacios que constituyan un ornamento en la narrativa, sino que se erigen en lugares donde la trama avanza tanto como en los espacios “reales”, ya que el Metaverse es una parte crucial del itinerario del héroe. Es importante apuntar que el término “ciberespacio” que hemos incorporado al lenguaje fue acuñado por Gibson, uno de los primeros autores de cyberpunk, quien se habría inspirado en los videojuegos para elaborar la posibilidad de mundos que sólo existen en una computadora. A este espacio también se lo llama, en este subgénero, Matrix (matriz), y le permite al protagonista ser no ya un héroe metafórico, como Leopold Bloom, sino un héroe legendario literal, porque la Matrix puede estar diseñada siguiendo patrones mitológicos y hacer posible que un Leopold Bloom no represente a Ulises, sino que adopte su identidad y sea realmente Ulises.
La mediación de la computadora ofrece más superposiciones de espacios: el héroe de Neuromancer, Case, acompaña a Molly mediante una computadora, y puede vivir entonces en tres planos: el propio, el Metaverse y el plano en el que se mueve Molly, ya que mediante la conexión cibernética que los une él experimenta las mismas sensaciones que ella.
Ya la literatura modernista había experimentado con la idea de fragmentación al incorporar el punto de vista múltiple, que ofrecía visiones diferentes y hasta opuestas de un mismo hecho desde diversos centros estables, pero es recién en la literatura postmodernista que la fragmentación se convierte en el centro de la narración, aunque en forma figurada y a nivel de lenguaje y estructura. Los textos de cyberpunk logran trabajar el tema de la fragmentación sacándolo del plano metafórico mediante la utilización de elementos como la simbiosis hombre-máquina, los autómatas y los robots, las inteligencias artificiales y los alter egos creados por la bioingeniería. En la literatura modernista el personaje hablaba consigo mismo, mientras que en el cyberpunk las conversaciones que sostiene en su mente se desarrollan con un otro especialmente diseñado para ayudarlo tanto a resolver problemas como para cometer crímenes, y con el que se conecta a través de una computadora portátil (elemento que invariablemente acompaña al héroe como otrora lo hicieran el caballo y las armas), lo que redunda en una fragmentación del yo que el modernismo no había explotado.
Estas inteligencias no son la única ayuda con la que cuenta el protagonista en un mundo hostil: su cuerpo puede alterarse quirúrgicamente para hacerse más fuerte o mortal: es común encontrar personajes con cuchillos retráctiles bajo las uñas, con visión artificial o con otro tipo de prótesis que los acercan a los superhéroes pero que también contribuyen al carnaval general. Estos aditamentos mecánicos o cibernéticos añaden elementos a la idea del hombre-máquina, problematizando aún más el aspecto ontológico del subgénero.
Resta decir que, al igual que otros subgéneros populares, el cyberpunk está tanto en manos de escritores comerciales como de aquellos que, como los ya citados Gibson y Stephenson, saber hacer del lenguaje una fuente de deleite. En Argentina tal vez conozcamos mejor las manifestaciones fílmicas de este género (basta con aludir a la serie Matrix), pero no hay dudas de que la dirección que toma el avance tecnológico permite prever que el futuro de las distopías se encuentra en este nuevo subgénero, que permite renovar el lenguaje de la crítica social y que puede llegar a deleitar a los más jóvenes y a asombrar a la generación que todavía no comprendió las posibilidades que ofrece la cibernética.


Foucault, Michel (1970), The Order of Things: An Archeology of the Human Sciences . Nueva York: Pantheon.
Gibson, William (1984), Neuromancer. Nueva York: Ace Science Fiction.
Jameson, Frederic (1991), Postmodernism, or, The Cultural Logic of Late Capitalism . Durham, NC: Duke UP.
McHale, Brian (1992), “Elements of a Poetics of Cyberpunk”. Critique: 33: 3.
Stephenson, Neal (1992), Snow Crash. Nueva York: Bantam Books.

Sonia Catela - Argentina

Sonia Catela - Argentina

Fisuras

soniacatela@arnet.com.ar

Probalo. A las 2 de la mañana, insomnio ¿cómo se llama aquella flacucha, morena, medio imbécil, artista de Hollywood? Alguna fisura se lleva su nombre, y empezás a sudar frío, no porque no te acuerdes de la imbécil sino porque se te escurre un pedazo de mundo y no lo podés componer, a las dos de la mañana, insomnio, probalo, se hunde un trozo de mundo que finge ser ése pero puede no ser solamente ése (¿y si escamotea un continente mayor?) Repasás un repertorio de otra decena de caras que están a mano sin que te tranquilicen y ya acaba esa noche y la angustia reaparece en la siguiente madrugada, y las subsiguientes, y no hay dónde recurrir para subsanar ese desliz que no atraca en la amnesia, sino en la pura volatilización de un fragmento de la realidad, igual que cuando se sumerge una palabra -que representa algo vital- en la pura nada, sabés que te falta esa palabra que existe, o existía, y por más que la rebusqués en tus circuitos no aparece y no hay diccionario capaz de ayudarte porque no tenés idea de por dónde empezar, ¿la a, la ene, la zeta? y de repente, Winona Rider, ella era, se corporiza como si brotara una col del suelo, Winona Rider ¿por qué cancelar a esa pelotuda, justamente? No aparecen las cuerdas que te lleven al destino de una conclusión de por qué ella; te preguntás, insomnio ¿tal vez porque es depresiva y la relacionás con tu estado de pena personal e irreversible? ¿Acaso tu pena se asocia a tal producto de puro plástico? y te quedás ahí sin revolver más, tenés miedo y hay un día con fecha y lugar en el almanaque que te indica el hoy, hay certidumbres, dejalo ahí si lo probaste. Pero en otro naufragio entre las sábanas, sin salvavidas ni botes inflables, entonces, recordás por qué se te olvidaba Winona Rider. Porque es otra a la que encapsulaste -una crisálida- para que alguna vez naciera, pero no nacerá. Y no precisamente la actorzuela producida. Otra, morenita, dieciséis años, flacuchenta; por eso, la trampa subterránea que recurre al camuflage de una yanqui, para deslizarse sin que sospecharas que detrás de Winona se escondiera alguien que podría llamarse Valentina, que quizá fuera tu hija, 16 años, diciéndote aquí estoy, o estaba, y la cápsula se abre como una vaina, Valentina adentro, estudiante, risueña, ida desaparecida por una fisura que se la tragó, ponele accidente, ponele excesos del poder, ponele y probalo, para siempre y en adelante chupada por la fisura, y qué se hace, se la mete a la flacucha morenita, tu Valentina en otra cápsula protectora como se pueda, se va al trabajo, se firman papeles, se viaja, se cocina se lee se discute de política y una noche de insomnio, como dije, no te podrás acordar del nombre de una artista de Hollywood, cetrina, insignificante, que puede ser Winona Rider, aunque seguramente no lo sea, y la angustia empieza a tragarte entera porque por la misma fisura que se llevó a alguien que pudo llamarse Valentina, cabe que se deslicen personas, afectos, ellos, los otros, tus queridos, lo único que verdaderamente te anuda a la cifra que el almanaque señala como día de hoy, al nombre y apellido que te designa, entonces, probalo, pensá y retorcete hasta que Winona se patentiza delante, tan infeliz y tranquilizadora que todos los queridos se salvan, por el momento todos, pero todos.

Olga Orozco - Argentina

Olga Orozco - Argentina

He vivido angustias terriblemente agudas, sobre todo en la adolescencia. Lo he sentido así pero a veces la palabra misma, la poesía misma me ha salvado. Olga Orozco

Maldoror

¡Ay! ¿Qué son pues el bien y el mal? ¿Son una misma cosa por la que testimoniamos con rabia nuestra impotencia y la pasión de alcanzar el infinito hasta por los medios más insensatos? Lautréamont, “Los cantos de Maldoror”

Tú, para quien la sed cabe en el cuenco exacto de la mano,
no mires hacia aquí.
No te detengas.
Porque hay alguien cuyo poder corromperá tu dicha,
ese trozo de espejo en que te encierras envuelto en un harapo deslumbrante del cielo.

Se llamó Maldoror
y desertó de Dios y de los hombres.

Entre todos los hombres fue elegido para el infierno de Dios
y entre todos los dioses para condenación de cada hombre.
Él estuvo más solo que alguien a quien devuelven de la muerte para ser inmortal entre los vivos.
¿Qué fue de aquel cuyo corazón se enlazaron las furias con brazos de serpiente,
del que saltó los muros para acatar las leyes de las bestias,
del que bebió en la sangre un veneno sediento,
del que no durmió nunca para impedir que un prado celeste le invadiera la mirada maldita,
del que quiso aspirar el universo como una bocanada de cenizas ardiendo?

No es castigo,
ni es sueño,
ni puñado de polvo arrepentido.
Del vaho de mi sombra se alza a veces la centelleante máscara de un ángel
que vuelve en su caballo alucinado a disputar un reino.
Él sacude mi casa,
me desgarra la luz como antaño la piel de los adolescentes,
y roe con su lepra la tela de mis sueños.

Es Maldoror que pasa.

Hasta el fin de los siglos levantará su canto rebelde contra el mundo.
Su paso es una llaga sobre el rostro del tiempo.

Poema Nº 7 de Las muertes (1952)

Carina

Yo morí de un corazón hecho cenizas. Crommelynck, "Carina"

Adiós, gacela herida.
Tu corazón manando dura nieve es ahora más frío que la corola abierta en la escarcha del lago.
Déjame entre las manos el último suspiro
para envolver en cierzo el desprecio que rueda por mi cara,
el asco de mirar la cenagosa piel del día en que me quedo.

Duerme, Carina, duerme,
allá, donde no seas la congelada imagen de toda tu desdicha,
ese cielo caído en que te abismas cuando muere la gloria del amor,
y al que la misma muerte llegará ya cumplida.
Tu soledad me duele como un cuerpo violado por el crimen.
Tu soledad: un poco de cada soledad.
No. Que no vengan las gentes.
Nadie limpie su llanto en el sedoso lienzo de tu sombra.
¿Quién puede sostener siquiera en la memoria esa estatua sin nadie donde caes?
¿Con qué vano ropaje de inocencia ataviarían ellos tu salvaje pureza?
¿En qué charca de luces mortecinas verían esconderse el rostro de tu amor
consumido en sí mismo
como el fuego?
¿Desde qué innoble infierno medirían la sagrada vergüenza de tu sangre?
Siempre los mismos nombres para tantos destinos.
Y aquel a quien amaste,
el que entreabrió los muros por donde tu pasado huye sin detenerse como por una herida,
sólo puede morder el polvo de tus pasos,
y llorar, nada más que llorar con las manos atadas,
llorar sobre los nudos del arrepentimiento.
Porque no resucitan a la luz de este mundo los días que apagamos.
No hablemos de perdón. No hablemos de indulgencia.
Esos pálidos hijos de los renunciamientos,
esos reyes con ojos de mendigo contando unas monedas en el desván raído de los sueños,
cuando todo ha caído
y la resignación alza su canto en todos los exilios.

Duerme, Carina, duerme,
triste desencantada,
amparada en tu muerte más alta que el desdén,
allá, donde no eres el deslumbrante luto que guardas por ti misma,
sino aquella que rompe la envoltura del tiempo
y dice todavía:
Yo no morí de muerte, Federico,
morí de un corazón hecho cenizas.

Poema Nº 3 de Las muertes (1952)

Las muertes

He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la lluvia,
lápidas donde nunca ha resonado el golpe tormentoso de la piel del lagarto,
inscripciones que nadie recorrerá encendiendo la luz de alguna lágrima;
arena sin pisadas en todas las memorias.
Son los muertos sin flores.
No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.
Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.
Sus vidas se cumplieron sin honor en la tierra,
mas su destino fue fulmíneo como un tajo;
porque no conocieron ni el sueño ni la paz en los infames lechos vendidos por la dicha,
porque sólo acataron una ley más ardiente que la ávida gota de salmuera.
Ésa y no cualquier otra.
Ésa y ninguna otra.
Por eso es que sus muertes son los exasperados rostros de nuestra vida.

Poema Nº 1 de Las muertes (1952)

La casa

Temible y aguardada como la muerte misma
se levanta la casa.
No será necesario que llamemos con todas nuestras lágrimas.
Nada. Ni el sueño, ni siquiera la lámpara.
Porque día tras día
aquellos que vivieron en nosotros un llanto contenido hasta palidecer
han partido,
y su leve ademán ha despertado una edad sepultada,
todo el amor de las antiguas cosas a las que acaso dimos, sin saberlo,
la duración exacta de la vida.
Ellos nos llaman hoy desde su amante sombra,
reclinados en las altas ventanas
como en un despertar que sólo aguarda la señal convenida
para restituir cada mirada a su propio destino;
y a través de las ramas soñolientas el primer huésped de la memoria nos saluda:
el pájaro del amanecer que entreabre con su canto las lentísimas puertas
como a un arco del aire por el que penetramos a un clima diferente.
Ven. Vamos a recobrar ese paciente imperio de la dicha
lo mismo que a un disperso jardín que el viento recupera.
Contemplemos aún los claros aposentos,
las pálidas guirnaldas que mecieron una noche estival,
las aéreas cortinas girando todavía en el halo de la luz como las mariposas de la lejanía,
nuestra imagen fugaz
detenida por siempre, en los espejos de implacable destierro,
las flores que murieron por sí solas para rememorar el fulgor inmortal de la melancolía,
y también las estatuas que despertó, sin duda a nuestro paso,
ese rumor tan dulce de la hierba;
y perfumes, colores y sonidos en que reconocemos un instante del mundo;
y allá, tan sólo el viento sedoso y envolvente
de un día sin vivir que abandonamos, dormidos sobre el aire.
Nadie pudo ver nunca la incesante morada
donde todo repite nuestros nombres más allá de la tierra.
Mas nosotros sabemos que ella existe, como nosotros mismos,
por el solo deseo de volver a vivir, entre el afán del polvo y la tristeza,
aquello que quisimos.
Nosotros lo sabemos porque a través del resplandor nocturno
el porvenir se alzó como una nube del último recinto,
el oculto, el vedado,
con nuestra sombra eterna entre la sombra.
Acaso lo sabían ya nuestros corazones.

Poema Nº 18 de Desde lejos (1946)

"1889" (Una casa que fue)

Implacables cayeron,como golpes de tempestad sobre ávidos desiertos,
aquellos duros vientos,
aquellas graves lluvias,que ascendieron pacientes las paredes,
dejando esos ramajes de quejumbrosas grietas,
esas lágrimas días y días detenidas y continuadas siempre,
esos hijos del tiempo.

Ahora está sumida en un nivel más hondo que el del sueño.

Sólo quedan en pie las mudas escaleras que ascienden y descienden prolongando el corredor desierto,
los pálidos vestigios de los recintos desaparecidos
cuyas lápidas yacen al amparo piadoso de otros muros.

(Así cargan los hombres, sin saberlo,
con el peso ignorado de otra vida que se apoya en la suya.)

No hay castigo posible.
Ya nada teme al sol ni a las miradas,
aunque un destino humano esté labrado allí como en tablas de ley
y todo exista aún por fuerza poderosa de la ausencia.

Aún sabemos el sitio donde la infancia puso guirnaldas de fugaces mariposas,
más duraderas que los yertos nombres,
el preciso lugar donde el amor repitió una vez más,
entre murientes flores, sus mágicas endechas,
y el rincón angustioso donde una misma mano dibujó en largas sombras toda la soledad,
el cansado letargo de la sangre.

Aún contemplan su mundo, no más antes que ahora,
esos antepasados de presentidos seres que se fueron;
y aún reinan transparentes, entre fieles despojos,
desde las claras huellas que dejaron sus lánguidos retratos,
y que son, en nosotros, como aquellos recuerdos demasiado constantes
que lentos, al vivir, empalidecen una región del alma.

Pronto habrá de caer hasta la fecha que aguardó tenazmente
el ropaje de polvo que recubre a la casa agonizante;
pues ese año del cual quedaron prisioneros tantos y tantos años,
no fue ni desafío ni memoria de un tiempo,
fue lejana advertencia de que toda constancia es derribada por mandato de tierra,
por razón inviolable de la muerte.

Poema Nº 12 de Desde lejos (1946)

Para Emilio en su cielo

Aquí están tus recuerdos:
este leve polvillo de violetas
cayendo inútilmente sobre las olvidadas fechas;
tu nombre,
el persistente nombre que abandonó tu mano entre las piedras;
el árbol familiar, su rumor siempre verde contra el vidrio;
mi infancia, tan cercana,
en el mismo jardín donde la hierba canta todavía
y donde tantas veces tu cabeza reposaba de pronto junto a mí,
entre los matorrales de la sombra.

Todo siempre es igual.
Cuando otra vez llamamos como ahora en el lejano muro:
todo siempre es igual.
Aquí están tus dominios, pálido adolescente:
la húmeda llanura para tus pies furtivos,
la aspereza del cardo, la recordada escarcha del amanecer,
las antiguas leyendas,
la tierra en que nacimos con idéntica niebla sobre el llanto.

-¿Recuerdas la nevada? ¡Hace ya tanto tiempo!
¡Cómo han crecido desde entonces tus cabellos!
Sin embargo, llevas aún sus efímeras flores sobre el pecho
y tu frente se inclina bajo ese mismo cielo
tan deslumbrante y claro.

¿Por qué habrás de volver acompañado, como un dios a su mundo,
por algún paisaje que he querido?
¿Recuerdas todavía la nevada?
¡Qué sola estará hoy, detrás de las inútiles paredes,
tu morada de hierros y de flores!
Abandonada, su juventud que tiene la forma de tu cuerpo,
extrañará ahora tus silencios demasiado obstinados,
tu piel, tan desolada como un país al que sólo visitaran cenicientos pétalos
después de haber mirado pasar, ¡tanto tiempo!,
la paciencia inacabable de la hormiga entre sus solitarias ruinas.

Espera, espera, corazón mío:
no es el semblante frío de la temida nieve ni el del sueño reciente.
Otra vez, otra vez, corazón mío:
el roce inconfundible de la arena en la verja,
el grito de la abuela,
la misma soledad, la no mentida,
y este largo destino de mirarse las manos hasta envejecer.

Poema Nº 5 de Desde lejos (1946)

La abuela

Ella mira pasar desde su lejanía las vanas estaciones,
el ademán ligero con que idénticos días se despiden
dejando sólo el eco, el rumor de otros días apagados
bajo la gran marca de su corazón.
De todos los que amaron ciertas edades suyas, ciertos gestos,
las mismas poblaciones con olor a leyenda,
no quedan más que nombres a los que a veces vuelven como a un sueño
cuando ella interroga con sus manos el apacible polvo de las cosas
que antaño recobrara de un larguísimo olvido.
Sí. Ese siempre tan lejos como nunca,
esa memoria apenas alcanzada, en un último esfuerzo,
por la costumbre de la piel o por la enorme sabiduría de la sangre.
Ella recorre aún la sombra de su vida,
el afán de otro tiempo, la imposible desdicha soportada;
y regresa otra vez,
otra vez todavía, desde el fondo de las profundas ruinas,
a su tierna paciencia, al cuerpo insostenible, a su vejez,
igual que a un aposento donde sólo resuenan las pisadas de los antiguos huéspedes
que aguardan, en la noche, el último llamado de la tierra entreabierta.
Ella nos mira ya desde la verdadera realidad de su rostro.

Poema Nº 3 de Desde lejos (1946)

Quienes rondan la niebla

Siempre estarán aquí, junto a la niebla,
amargamente intactos en su paciente polvo que la sombra ha invadido,
recorriendo impasibles esa región de pena que se vuelve al poniente,
allá, donde el pájaro de la piedad canta sin cesar sobre la indiferencia del que duerme,
donde el amor reposa su gastado ademán sobre las hierbas cenicientas,
y el olvido es apenas un destello invernal desde otro reino.
Son los seres que fui los que me aguardan,
los que llegan a mí como a la débil hiedra doliente y amarilla que sostiene el verano.
Triste será el sendero para la última hoja demorada,
triste y conocido como la tiniebla.
¡Oh dulce y callada soledad temible!
¡Qué dispersos y fieles hijos de nuestra imagen
nos están conduciendo hacia el amanecer de las colinas!
Están aquí reunidas, alrededor del viento,
la niña clara y cruel de la alegría, coronada de flores polvorientas;
la niña de los sueños, con su tierno cansancio de otro cielo recién abandonado;
la niña de la soledad, buscando entre la lluvia de las alamedas el secreto del tiempo y del relámpago;
la niña de la pena, pálida y silenciosa,
contemplando sus manos que la muerte de un árbol oscurece;
la niña del olvido que llama, llama sin reposo sobre su corazón adormecido,
junto a la niña eterna,
la piadosa y sombría niña de los recuerdos que contempla borrarse una vez más,
bajo los desolados médanos,
la casa abandonada, amada por el grillo y por la enredadera;
y más cerca, como el rumor del musgo en las mejillas de aquella incierta niña de leyenda,
la niña del espanto que escucha, como antaño junto al muro derruido,
las lentas voces de los desaparecidos;
y allí, bajo sus pies,
las fugitivas niñas de la sombra que los atardeceres reconocen,
las mágicas amigas del matorral y de la piedra temerosa.
Yo conozco esos gestos,
esas dóciles máscaras con que la luz recubre cada día sus amargos desiertos.
¡Tanta fatiga inútil entre un golpe de viento y un resplandor de arena pasajera!
No es cierto, sin embargo,
que en el sitio donde el sufriente corazón restituye sus lágrimas al destino terrestre,
palideciendo acaso,
nos espere un gran sueño, pesado, irremediable.
Esperadme, esperadme, inasibles criaturas del rocío,
porque despertaré
y hermoso será subir, bajo idéntico tiempo,
las altas graderías de la ciudad del sol y las tormentas,
y repetir aún, sin desamparo, las radiantes edades que la tierra enamora.

Poema Nº 2 de Desde lejos (1946)

Para destruir a la enemiga

Mira a la que avanza desde el fondo del agua borrando el día con sus manos,
vaciando en piedra gris lo que tú destinabas a memoria de fuego,
cubriendo de cenizas las más bella estampas prometidas por las dos caras de los sueños.
Lleva sobre su rostro la señal:
ese color de invierno deslumbrante que nace donde mueres,
esas sombras como de grandes alas que barren desde siempre todos los juramentos del amor.
Cada noche, a lo lejos, en esa lejanía donde el amante duerme con los ojos abiertos a otro mundo adonde nunca llegas,
ella cambia tu nombre por el ruido más triste de la arena;
tu voz, por un sollozo sepultado en el fondo de la canción que nadie ya recuerda;
tu amor, por una estéril ceremonia donde se inmola el crimen y el perdón.
Cada noche, en el deshabitado lugar adonde vuelves,
ella pone a secar la cifra de tu edad al bajar la marea,
o cose con el hilo de tus días la noche del adiós,
o prepara con el sabor del tiempo más hermoso ese turbio brebaje que paladeas en la soledad,
ese ardiente veneno que otros llaman nostalgia
y que tan lentamente transforma el corazón en un puñado de semillas amargas.
No la dejes pasar.

Apaga su camino con la hoguera del árbol partido por el rayo.
Arroja su reflejo donde corran las aguas para que nunca vuelva.
Sepulta la medida de su sombra debajo de tu casa para que por su boca la tierra la reclame.
Nómbrala con el nombre de lo deshabitado.
Nómbrala con el frío y el ardor,
con la cera fundida como una nieve sucia donde cae la forma de su vida,
con las tijeras y el puñal,
con el rastro de la alimaña herida sobre la piedra negra,
con el humo del ascua,
con la fosa del imposible amor abierta al rojo vivo en su costado,
con la palabra de poder
nómbrala y mátala.

Y no olvides sepultar la moneda.
Hacia arriba la noche bajo el pesado párpado del invierno más largo.
Hacia abajo la efigie y la inscripción:
“Reina de las espadas,
Dama de las desdichas,
Señora de las lágrimas:
en el sitio en que estés con dos ojos te miro,
con tres nudos te ato,
la sangre te bebo
y el corazón te parto”.

Si miras otra vez en el fondo del vaso,
sólo verás ahora una descolorida cicatriz cuyos bordes se cierran donde se unen las aguas,
pero pueden abrirse en otra herida, adonde nadie sabe.
Porque ella te fue anunciada en el séptimo día,
—en el día primero de tu culpa—,
y asumiste su nombre con el tuyo,
con los nombres vacíos, con el amor y con el número,
con el mismo collar de sal amarga que anuda la condena a tu garganta.

Poema Nº 12 de Los juegos peligrosos (1962)

Para hacer tu talismán

Se necesita sólo tu corazón
hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.

Déjalo a la intemperie,
donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca
y no pueda dormir,
donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío
sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos,
donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías
y no logre olvidar.

Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra,
y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga,
que lo sacuda el trote ritual de la alimaña,
que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo,
antes que sea tarde,
antes que se convierta en momia deslumbrante,
abre de par en par y una por una todas sus heridas:
que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo,
que plaña su delirio en el desierto,
hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre:
un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.

Si sobrevive aún, si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios;
he ahí un talismán más inflexible que la ley,
más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que a un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra; puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!

Poema Nº 8 de Los juegos peligrosos (1962)

La cartomancia

Oye ladrar los perros que indagan el linaje de las sombras,
óyelos desgarrar la tela del presagio.
Escucha. Alguien avanza
y las maderas crujen debajo de tus pies como si huyeras sin cesar y sin cesar llegaras.
Tú sellaste las puertas con tu nombre inscripto en las cenizas de ayer y de mañana.
Pero alguien ha llegado.
Y otros rostros te soplan el rostro en los espejos
donde ya no eres más que una bujía desgarrada,
una luna invadida debajo de las aguas por triunfos y combates,
por helechos.

Aquí está lo que es, lo que fue, lo que vendrá, lo que puede venir.
Siete respuestas tienes para siete preguntas.
Lo atestigua tu carta que es el signo del Mundo:
a tu derecha el Ángel,
a tu izquierda el Demonio.
¿Quién llama?,
¿pero quién llama desde tu nacimiento hasta tu muerte
con una llave rota, con un anillo que hace años fue enterrado?
¿Quiénes planean sobre sus propios pasos como una bandada de aves?
Las Estrellas anuncian el cielo del enigma.
Mas lo que quieres ver no puede ser mirado cara a cara
porque su luz es de otro reino.
Y aún no es hora. Y habrá tiempo.

Vale más descifrar el nombre de quien entra.
Su carta es la del Loco, con su paciente red de cazar mariposas.
Es el huésped de siempre.
Es el alucinado Emperador del mundo que te habita.
No preguntes quién es. Tú lo conoces
porque tú lo has buscado bajo todas las piedras y en todos los abismos
y habéis velado juntos el puro advenimiento del milagro:
un poema en que todo fuera ese todo y tú
—algo más que ese todo—.
Pero nada ha llegado.
Nada que fuera más que estos mismos estériles vocablos.

Veamos quién se sienta.
La que está envuelta en lienzos y grazna mientras hila deshilando tu sábana
tiene por corazón la mariposa negra.
Pero tu vida es larga y su acorde se quebrará muy lejos.
Lo leo en las arenas de la Luna donde está escrito el viaje,
donde está dibujada la casa en que te hundes como una estría pálida
en la noche tejida con grandes telarañas por tu Muerte hilandera.

Mas cuídate del agua, del amor y del fuego.
Cuídate del amor que es quien se queda.
Para hoy, para mañana, para después de mañana.
Cuídate porque brilla con un brillo de lágrimas y espadas.
Su gloria es la del Sol, tanto como sus furias y su orgullo.
Pero jamás conocerás la paz,
porque tu Fuerza es fuerza de tormentas y la Templanza llora de cara contra el muro.
No dormirás del lado de la dicha,
porque en todos tus pasos hay un borde de luto que presagia el crimen o el adiós,y el Ahorcado me anuncia la pavorosa noche que te fue destinada.

¿Quieres saber quién te ama?
El que sale a mi encuentro viene desde tu propio corazón.
Brillan sobre su rostro las máscaras de arcilla y corre bajo su piel la palidez de todo solitario.
Vino para vivir en una sola vida un cortejo de vidas y de muertes.
Vino para aprender los caballos, los árboles, las piedras,
y se quedó llorando sobre cada vergüenza.
Tú levantaste el muro que lo ampara, pero fue sin querer la Torre que lo encierra:
una prisión de seda donde el amor hace sonar sus llaves de insobornable carcelero.
En tanto el carro aguarda la señal de partir:
la aparición del día vestido de Ermitaño.
Pero no es tiempo aún de convertir la sangre en piedra de memoria.
Aún estáis tendidos en la constelación de los Amantes,
ese río de fuego que pasa devorando la cintura del tiempo que os devora,
y me atrevo a decir que ambos pertenecéis a una raza de náufragos que se hunden
sin salvación y sin consuelo.

Cúbrete ahora con la coraza del poder o del perdón, como si no temieras,
porque voy a mostrarte quién te odia.
¿No escuchas ya batir su corazón como un ala sombría?
¿No la miras conmigo llegar con un puñal de escarcha a tu costado?
Ella, la Emperatriz de tus moradas rotas,
la que funde tu imagen en la cera para los sacrificios,
la que sepulta la torcaza en tinieblas para entenebrecer el aire de tu casa,
la que traba tus pasos con ramas de árbol muerto, con uñas en menguante, con palabras.
No fue siempre la misma, pero quienquiera que sea es ella misma,pues su poder no es otro que el ser otra que tú.
Tal es su sortilegio.
Y aunque el Cubiletero haga rodar los dados sobre la mesa del destino,
y tu enemiga anude por tres veces tu nombre en el cáñamo adverso,
hay por lo menos cinco que sabemos que la partida es vana,
que su triunfo no es triunfo
sino tan sólo un cetro de infortunio que le confiere el Rey deshabitado,
un osario de sueños donde vaga el fantasma del amor que no muere.

Vas a quedarte a oscuras, vas a quedarte a solas.
Vas a quedarte en la intemperie de tu pecho para que hiera quien te mata.
No invoques la Justicia. En su trono desierto se asiló la serpiente.
No trates de encontrar tu talismán de huesos de pescado,
porque es mucha la noche y muchos tus verdugos.
Su púrpura ha enturbiado tus umbrales desde el amanecer
y han marcado en tu puerta los tres signos aciagos
con espadas, con oros y con bastos.

Dentro de un círculo de espadas te encerró la crueldad.
Con dos discos de oro te aniquiló el engaño de párpados de escamas.
La violencia trazó con su vara de bastos un relámpago azul en tu garganta.
Y entre todos tendieron para ti la estera de las ascuas.
Vienen para cumplir la profecía.
Vienen para habitar las tres sombras de muerte que escoltarán tu muerte
hasta que cese de girar la Rueda del Destino

Poema Nº 1 de Los juegos peligrosos (1962)

Génesis

No había ningún signo sobre la piel del tiempo.
Nada. Ni ese tapiz de invierno repentino que presagia las garras del relámpago quizás hasta mañana.
Tampoco esos incendios desde siempre que anuncian una antorcha entre las aguas de todo el porvenir.
Ni siquiera el temblor de la advertencia bajo un soplo de abismo que desemboca en nunca o en ayer.
Nada. Ni tierra prometida.
Era sólo un desierto de cal viva tan blanca como negra, un ávido fantasma nacido de las piedras para roer
el sueño milenario,
la caída hacia afuera que es el sueño con que sueñan las piedras.
Nadie. Sólo un eco de pasos sin nadie que se alejan un lecho ensimismado en marcha hacia el final.

Yo estaba allí tendida;
yo, con los ojos abiertos.
Tenía en cada mano una caverna para mirar a Dios,
un reguero de hormigas iba desde su sombra hasta mi corazón y mi cabeza.
Alguien rompió en lo alto esa tinaja gris donde subían a beber los recuerdos;
después rompió el prontuario de ciegos juramentos heridos a traición
y destrozó las tablas de la ley inscritas con la sangre coagulada de las historias muertas.
Alguien hizo una hoguera y arrojó uno por uno los fragmentos.
El cielo estaba ardiendo en la extinción de todos los infiernos
en la tierra se borraban sus huellas y sus pruebas.
Yo estaba suspendida en algún tiempo de la expiación sagrada;
yo estaba en algún lado muy lúcido de Dios;
yo, con los ojos cerrados.

Entonces pronunciaron la palabra.

Hubo un clamor de verde paraíso que asciende desgarrando la raíz de la piedra,
su proa celeste avanzó entre la luz y las tinieblas.
Abrieron las compuertas.
Un oleaje radiante colmó el cuenco de toda la esperanza aún deshabitada,
las aguas tenían hacia arriba ese color de espejo en el que nadie se ha mirado jamás,
hacia abajo un fulgor de gruta tormentosa que mira desde siempre por primera vez.
Descorrieron de pronto las mareas.
Detrás surgió una tierra para inscribir en fuego cada pisada del destino,
para envolver en hierba sedienta la caída y el reverso de cada nacimiento,
para encerrar de nuevo en cada corazón la almendra del misterio.

Levantaron los sellos.

La jaula del gran día abrió sus puertas al delirio del sol
con tal que todo nuevo cautiverio del tiempo fuera deslumbramiento en la mirada,
con tal que toda noche cayera con el velo de la revelación a los pies de la luna.
Sembraron en las aguas y en los vientos.
Y desde ese momento hubo una sola sombra sumergida en mil sombras,
un solo resplandor innominado en esa luz de escamas que ilumina hasta el fin la rampa de los sueños.
Y desde ese momento hubo un borde de plumas encendidas desde la más remota lejanía,
unas alas que vienen y se van en un vuelo de adiós a todos los adioses.
Infundieron un soplo en las entrañas de toda la extensión.
Fue un roce contra el último fondo de la sangre;
fue un estremecimiento de estambres en el vértigo del aire;
y el alma descendió al barro luminoso para colmar la forma semejante a su imagen,
y la carne se alzó como una cifra exacta,
como la diferencia prometida entre el principio y el final.

Entonces se cumplieron la tarde y la mañana
en el último día de los siglos.

Yo estaba frente a ti;
yo, con los ojos abiertos debajo de tus ojos
en el alba primera del olvido.

Poema Nº 1 de Museo salvaje (1974)

Francisco Madariaga - Argentina

Francisco Madariaga - Argentina

Rehén de la colina.

Oh candoroso embriagado entre loros,
entre isletas subiendo hasta el nivel de la colina,
canta en tu boca el canto ardiente de otra boca,
y cuando la sangre sube hasta tus ojos
Es porque están quebradas todas las fulguraciones
del sollozo en tu pecho.
Canta, viejo rehén de la colina.
Arde, candoroso de alcohol negro,
que con palmas salvajes tienen hijos que retornan al viento,
al gemido del clima en el olor áspero y cruel de las arañas del estero,
en aquel paisaje de cristal desprendido del fuego.
Asombra al mundo en un paisaje de enero,
oh demente,
oh luz de la humedad.
Ah colgado sediento de unos ojos,
duerme, duerme bajo la luz del padre
al otro extremo del poder y la delicadeza.
En tus ojos la berlina del viaje amarillo arde helada.
Beso tras beso el pasajero toca la raya de ácido
caliente del retorno.
Sé piadoso con el otro límite de tu fragilidad,
padre aletargado por el sol,
presión de la locura de una tierra suspendida
en la tela del agua y del fuego.

El riesgo de la verdad.

Caes en mí como una brusca levedad del clima,del agua,
de una oblicua y desterrada colina,
castigo delicado de un paisaje solamente hollado
por su propia demencia.
Mi desnudez asume así tu cálido cristal
y se destina más al fondo del celo
con piel sonriente candente de tu herida.
Adorada mía tapizada de rayos,
con tu colina bajando todas las aguas de la locura.
Niña mía,
con la boca cargada del esplendor del plátano,
alguien, alguien tiene que depender del canto.

El canto no popular.

Yo, el rastreador,
que ha dormido en los atrasos de la luna en los atajos peninsulares,
y ahora siento el canto del desahogo,
a través del orgulloso coraje
oh mis pequeños seres del desamparo,
canto mi canto con un lenguaje no popular,
pero cercano a vuestros vestidos miserables.
El vestido las telas livianas de las mejillas despintadas
el olor de los motines talados de la miseria siempre
en la flor del fuego del pensamiento destruido sin nacimiento
en las coloridas y espléndidas organizaciones
de las albas lujosas de todos los días
de todos los montones de días ligeros y azucarados
por las cañas dulces solares irredentas
ininterrumpidas feroces vivientes de la irrectitud
siempre anárquica del espacio
siempre moderno
y siempre solidario con los cantos de las invisibles deidades
y de los otros personajes reales
asombrados de la miseria de los sucios paisanos
que encienden el clavel del esperma nocturno
sifilizado y demente
y excitado por los cerdos.
Oh, en mi escenario, de rodillas. Cocinas
conteniendo el aliento del dormido rencor en la palidez del alba.
Oh, gente sin viajes, que no puede fumar
en el fuego del universo su tabaco de miel
arrollada por el invierno,
su comida de humo bañando el ligerísimo mosquitero de rabia del color
el color que no trajina por las camas
y que sólo saluda a la sombra con sombrero del Ave María
en el altar de los santos ensordecidos por los fétidos besos.
Oh, mí, el rastreador que ha dormido tirado entre los yuyos,
entre la ferocidad joyal de las palmeras en el borde del agua,
y de una cocina sucia
llena de lechos sucios
y de tarros con jazmines calentados del ex-alba.

La muerte, la hermandad, la poesía.

(A Oscar Portela, destrozador de erradas telurias, con su mandoble de poesía y de inteligencia, poeta a cuyo empuje formidable y a cuya cultura en acción le debe tanto ya Corrientes. El puede ser -por intermedio de nuestra América- poeta absoluto y absoluto hombre público) Francisco Madariaga. 80/82

I

Vienes bebiendo "el canto de lo múltiple","Corazón solitario".
Bebe ahora el milagro del Otro en lo múltiple
y de la copa del anti-malhecha con pluma de garza real
que hoy te ofrezco
en este recibimiento
amigo greco-criollo,
y escucha hoy esta canción que te saluda,
desde el Corrientes de campaña,acá en la Gran Metrópoli
errada en su multiplicidad
cantada por el mirlo triste y ronco en la
rama de asfalto de la Muerte Industrial.
Ciudad ramereada por las albas de las Constelaciones
de las bajas Mercaderías,
puerto donde se ha perdido el alba abandonada de las
llanuras delicadas,
Gran Mercado de Sueños Impostados,
que habrá que saquearlo con
Poesía para limpiarlo.Desde acá,
bien montado y armado,y con licencia de nuestras correntinas llanuras
gateadas,te saludo
Canciller para la Rendición de la
Filosofía por las Armas de
la Caballería de la Poesía,
y por obra de la Muerte,que destrina su sudario del luto
y lo hace trino de Presencia
y de Ausencia.

II

Y así has llegado, tú, Marina,
su madre,desalojando del corazón del
loretano
a su prima la Filosofía:¿La que siempre soñó doblar a la
Poesía?,y lo entregas, plenamente, con tu muerte,
a la poesía,
ah creadora de estos Himnos a la Muerte,
bella de la bondad criolla en llamaradas,
cantante, también, en mi alma, que es libre
para elegir
ferozmente
la hermandad,y develarla
como bella
a esa hermandad,y como ardiente hada natural
del amor
a esa hermandad de la "belleza impune",la poesía.
Llegas, Marina, con un aire de inmortalidad
pagana,gentil en el color de una más bella gitana
entre los dioses,cristiana de oro para el niño que dejaste
instalado en la Poesía,y que ahora,libre de mal
y de bloques que lo separan de la
Tierray del Infinito,se arroja al Canto
y canta
con una alegría negra y blanca
y natural,y es,y será
hermanode la vida
que es Muerte
y Muerte Vida.Azul y negro este hombre
ahora canta,y nos entrega Himnos a la muerte,
como una primavera que en Loreto
entrega alas
lágrimas
sonidos del monte
al corazón de una laguna con
estrellas.De todo este vasto libro
separad a sus Himnos a la Muerte
y entregaros
a la alegría de una libertad
en la muerte,en las entrañas de toda vida,por vida.

Criollo del universo

se están llevando la tarde
el calor desprendido del ombligo
de una "bruja blanca"
salvaje trino este vino del poniente
esta "sangre de infinitud"
pájaros-luceros que sedientos de brillos+
beben en el agua
la forma de un "sueño ultamarino"
se están llevando la tarde
en un carruaje de agua bordada con flores silvestres
soles incubados a punto de ser rubíes
de estallar sus campanillas encantadoras de ánimas
se están llevando la tarde
un caballo desata su último galope
y sus clinas al viento son llamas de infinito
lágrimas hacia el cielo
ángel
traspasado por el vendaval de la muerte
se están llevando la tarde
se están llevando la tarde
y mis ojos
heridos de distancia.

Rodolfo Alonso - Argentino

Rodolfo Alonso - Argentino

Rodolfo Alonso. Poeta, traductor y ensayista argentino. Autor de más de 20 libros. Primer traductor de Fernando Pessoa en América Latina (1961). Premio Nacional de Poesía (1997). Orden Alejo Zuloaga de la Universidad de Carabobo (Venezuela, 2002). Palmas Académicas de la Academia Brasileña de Letras (2005). Título de Personalidad Cultural de la Unión Brasileña de Escritores (2005). Premio Único de Ensayo Inédito de la Ciudad de Buenos Aires (2005).

El viejo y el mal.

Pocas grandes figuras hay en la literatura anglosajona de este siglo que, como la de Ezra Loomis Pound (nacido en un villorrio del Middle West norteamericano en 1885), hayan alcanzado tanta significación. Afincado en Europa desde 1908, no sólo tuvo un papel descollante en movimientos tan fecundos como el imaginismo y en publicaciones tan legendarias como la revista Poetry, de Harriet Monroe, sino que a él se debe prácticamente la aparición en 1922, fecha clave si las hay, de los dos libros que marcaron un cambio radical en la concepción de la novela y de la poesía: el Ulises de James Joyce y La tierra baldía de T. S. Eliot, el último de los cuales le fue como se sabe dedicado con la precisa calificación de “il miglior fabbro”. Sus versiones de los grandes poetas provenzales, chinos, egipcios, griegos y romanos revolucionaron a la vez la poesía anglosajona y el concepto mismo de la traducción, ya que no se atenían en absoluto a los anteriores criterios académicos sino a su muy personal idea de hacerlos resurgir como poesía viva en la propia contemporaneidad, lo cual se iba a convertir asimismo en la vertiente acaso dominante de su obra, reunida sobre todo en sus multifacéticos y ambiciosos Cantos.
Y, por si esto fuera poco, probablemente a partir de su humanísima visión del injusto poderío que iban adquiriendo ya entonces los poderes financieros, magistralmente retratado en ese Canto XLV, con cuyo bellísimo y tocante texto es imposible al menos para mí no coincidir de todo corazón (“con usura la línea se hace tosca / con usura no hay límites claros / y nadie encuentra sitio para su morada”), Pound que al parecer había llegado a una visión peculiarmente favorable con respecto a las ideas fascistas, insiste en emitir desde la Radio Roma de Mussolini, entre 1941 y 1943, cuando su propio país estaba directamente involucrado en la segunda guerra mundial para acabar con la siniestra pesadilla nazi, una serie de alocuciones radiofónicas (reproducidas en 1976 por la editorial catalana El Laberinto) donde resulta dolorosamente inadmisible que, de aquellas atinadas y hasta bienintencionadas precisiones económicas, se llegue a irracionales arengas racistas y reaccionarias, tan letales que no me animo a citarlas.
De todos modos, no es casual que el mismo Pound mencione allí varias veces a Céline, en cierta medida un caso similar al suyo, que se agrega así a una lista resonante, donde se incluye entre otros desde Leni Riefenstahl hasta a Heidegger, y que siempre nos hará angustiarnos ante las relaciones entre belleza y moral. Claro que fue su condición de gran poeta, y de gran poeta capaz de elaborar un hondo y agudo pensamiento crítico, en tantos sentidos iluminador, lo que volvió trágicas las previsibles consecuencias de su estentórea actitud política. Arrestado por los aliados después de la Liberación, fue internado en un campo de prisioneros cerca de Pisa, al parecer en inicuas condiciones que su prestigio e inclusive la dignidad que reflejó siempre su rostro hicieron particularmente penosas. Repatriado, fue juzgado por alta traición y sólo se salvó de la pena capital merced a una pericia psiquiátrica que, al declararlo privado de razón, permitió recluirlo en un manicomio criminal cerca de Washington, donde pese a todo tuvo oportunidad de continuar escribiendo, como lo había hecho siempre mientras estuvo preso. En 1949, no sin escándalo, un jurado relevante le concede el Premio Bollingen. Y en 1958, Pound es finalmente liberado y vuelve a su amada Italia, donde iba a morir en Venecia durante 1972.
Las versiones al castellano de su poesía (¿cómo no recordar aquella lograda antología que en 1963 nos brindó nuestro compatriota Carlos Viola Soto?) nos devuelven precisamente a uno de los puntos centrales de esta poética: la posibilidad misma de una traducción. Que, como suele ocurrir por lo general con lenguas no romances, al optar entre nosotros por el sentido sin poder apropiarse del sonido, no ha dejado de continuar acarreando algunas nefastas consecuencias sobre ciertas poéticas contemporáneas aparentemente dominantes, que empobrecen sin duda a una presencia como ésta. Y con respecto a la cual, en cambio, si no bastan sus razones y sus originales, sería suficiente citar a su viejo amigo Eliot: “La originalidad de Pound consiste en haber insistido en que la poesía es un arte, un arte que exige la aplicación y el estudio más arduos; y en haber observado que en nuestra época debe ser un arte consciente en el máximo grado.” Que es lo que hubiéramos querido demostrar.

Alejandro Bovino Maciel - Argentina

Alejandro Bovino Maciel - Argentina

Encomio de los cuernos

El doctor Justo Ovelia, conocido sinólogo del barrio y obsesivo estudioso de las “Técnicas de engarrafar agua mineral (1) entre los beréberes” ha debido de viajar al extranjero y como vive solo tomó antes la previsión de pedir a mi familia el cuidado de la casa, depositar algún dinero para solventar gastos durante su ausencia prevista en no menos de seis meses y dejarme una escueta saluda caligrafiada agradeciéndome resolver cualquier situación “de índole judicial o policial” que pudiera presentarse en este lapso. Siempre me sorprendieron las reacciones de mi vecino pero este supuesto allanamiento de la gendarmería forense me produjo cierta zozobra no exenta de curiosidad.
Que una patrulla de la comisaría decidiera súbitamente agraviar con sospechas el domicilio de un hombre que vive estudiando el rotulado de la Dinastía Shang y las diversas manipulaciones previas al envasado de agua bajo los diferentes sucesivos califatos me parecía propio de una mentalidad obtusa, muy lejos de las previsiones de mi ilustre aunque anónimo vecino.
Entre las discordes y tenuemente contradictorias directivas que nos adscribió figuraba una inspección ocular (así lo dejó escrito, como si yo o mi familia fuésemos a tantear mobiliarios y enseres en la oscuridad) de toda la casa cada diez días. En una de esas excursiones por la mansión, (que es amplia, tiene dos plantas y quizás unas veinte habitaciones que ocupan alternativamente el doctor Ovelia y su gato al que llevó consigo librándonos de la fastidiosa tarea de cuidarlo, ya que se trata de un cuadrúpedo áspero y lesivo), encontré el escrito que figura bajo el turbador título de “Encomio de los cuernos”; panfleto que supongo traducido de alguna homilía procaz al uso oriental o de quién sabe qué fuente tan original como el pecado. Pongo las manos en el fuego en nombre del sinólogo a quien conocemos desde que nos mudamos al elegante barrio “Las Gardenias” hace unos veinte años. El doctor Justo, justo es decirlo, se aplica con insistencia casi malsana a los dictámenes de su ética protestante y jamás condescendería a redactar algo nocivo o con intenciones aviesas o traviesas.
Aunque milito en el cursillismo católico, me considero una especie de revisionista dogmático y la copia y divulgación de este curioso documento no zahiere mi alma inmunizada por el salterio y el Libro de Job. Queden en paz los doctores de la Iglesia; todas las vírgenes que soportaron con ahínco el asalto de sus pudores por parte de –casi siempre- lúbricos italianos en tiempos del Imperio; castos y legales concúbitos que jamás mancillaron los ajuares domésticos con intromisiones de terceros o terceras. Quede en paz todo el mundo de los probos contra esta prueba activa de la canallería sensual elevada a misión redentora por quién sabe qué oscuro oriental pervertido de ojos y moral oblicuos. No me mueve más que la curiosidad y el sentido de la solidaridad al propagar esta advertencia. Vaya la prédica para amonestación de los justos ya que el inicuo, con pasión contumaz, jamás se dejará persuadir acerca de las ventajas de la vida conyugal libre del león del adulterio. Ignoro con qué intenciones el doctor Justo Ovelia recopiló esta pancarta malsana ya que nadie más libre que él, soltero consuetudinario, de las acechanzas de la infidelidad conyugal. Tal vez fue estafado en su buena fe y lo compró, como suele hacerlo, en un bazar magrebí a un buhonero que lo anunciaba como reliquia autógrafa del Emir de Tesalónica. Quizás abonaba la intención de hacérmela llegar o propalar entre los vecinos pacíficos el libelo adulterino para advertir el peligro. Adulterado en sus formas, ya que no me pude resistir a retocar el estilo decorativamente gentil que usaba el autor, lo doy a la prédica de todos, que es la forma más sencilla de decir nadie.
Supo el sabio Ab-ahl-ami que entre los axiomas del difundo Euclides Geómetra figuraba uno que enunciaba que “dos líneas paralelas jamás se cruzarán aunque se las prolongue hasta el infinito” y, contra tal precepto que confirma la razón hasta del hombre más torpe, por ser evidente en sí mismo sin requisitos de demostración, se alza la voz de un Imán, un pastor, un Papa o un Pope quienes, amparados en rutinarias escrituras anónimas, quieren cruzar dos destinos y no conforme con hacer de ellos una cruz, reclaman atarlos de por vida hasta el infinito.
Lo que no puede la Geometría –ciencia de las mediciones demostrables- lo quiere la Teología, ciencia de las afirmaciones indemostrables.
El lazo matrimonial asfixia por igual al hombre y a la mujer. Basta repasar con neutral criterio la historia entera para saber que los amores más apasionados nacieron y ardieron lejos del lecho conyugal. La alcoba marital es el patíbulo de cualquier pasión, por ardiente que fuere. El sexo se sustenta en las sombras, respira en la clandestinidad, se abona con el fermento del anonimato o la ocultación. La posesión anatómica del cuerpo ajeno se basa en el vil traslado del derecho a la propiedad privada extendido indebidamente al dominio físico de otra persona y si reaccionamos enfáticamente contra la esclavitud, ¿por qué nos resignamos a seguir pasivamente con la mala costumbre de atar la gente de por vida en yuntas como si fuesen bestias de tiro? ¿No constituye otra flagrante forma de mita, encomienda o yanaconazgo cívico-sexual esta donación de nuestra libertad individual más íntima; esta capitulación de nuestra patria-potestad erótica?
Yace hace milenios la sensualidad humana sepultada bajo la lápida del consorcio marital. Miles de hombres y mujeres se agostan inútilmente siguiendo la receta ajada de la fidelidad al vínculo dual amparándose en la cuestión material de la propiedad privada. El razonamiento que sustenta esta hiperbólica costumbre social degenerada en jurisprudencia podría resumirse de este modo: Toda persona es mortal, soy persona: luego, moriré y mis bienes quedarán bajo la custodia de mis hijos. Si soy fiel tendré la seguridad de que mis hijos son míos y así, el arduo esfuerzo de mi trabajo no beneficiará a un extraño.
Analizando bajo sospecha este razonamiento comprobaremos que sólo tiene vigencia para la mujer y descansa en un cálculo materialista y mezquino. Ya está dividiendo la sociedad entre “mis hijos legítimos” y “los otros”. Como es costumbre ancestral, deposita los deberes en la mujer y los derechos en el hombre. La fidelidad del esposo no es fundamental para asegurar la paternidad y esto culmina en la doble vida que todos sabemos llevar y callar entre caballeros. Pero aún si la mujer decidiera quebrantar esta norma anormal y devinieran frutos foráneos en la casa familiar, ¿no estaríamos cumpliendo el ideal que el finado Platón programó en su “República”? Los hijos serían un bien público al que todos deberíamos prestar asistencia obligatoria ya que el niño rollizo de la vecina que alguna vez visitó mi lecho bien podría ser mi progenie, como así también la cándida escolar que cada mañana me saluda creyéndome un simpático conocido cuando soy nada más y nada menos que su padre biológico aunque ambos lo ignoremos.[1]
De esta manera desaparecerían los niños de la calle por los que tantas ONGs, fundaciones y fundiciones laboran en confortables oficinas acondicionadas imprimiendo folletos con instrucciones sociales, elaborando estadísticas, arduas investigaciones acerca de causas y consecuencias sin dar con la salida al laberinto de perdición que es la calle en la que cada vez más y más niños y niñas adquieren destrezas poco recomendables.
Decir fidelidad es contradecir celos, ese castigo antediluviano de la raza que amargó más de una vida decente con la sombra de la sospecha elevada a hipóstasis de la existencia. En la mente de quien padece celos la coyunda sexual pasa (para exponerlo en términos aristotélicos) de la potencia al acto en cuestión de segundos y todos sabemos entre caballeros lo arduo que resulta a veces pasar al acto por falta de potencia cosa que nuestras esposas / dueñas / amas ignoran en su imaginación fascinerosa. Esposa que no sospecha de su mejor amiga, tiene ojos torvos para con nuestras colegas de trabajo, las vecinas, las ex camaradas de colegiatura, ni qué decir de las secretarias o auxiliares de cualquier índole. Nada escapa al ojo suspicaz de quien duda metódica y cartesianamente de la fidelidad. ¿No será una incubación de su propia mente deseando caballeros ajenos lo que hace suspicaz a las consortes sin suertes? ¿No será que recela en el otro lo que desea para sí? Y esto nos lleva a sugerir que la infidelidad, respetables lectores, anida por igual en hombres y mujeres aunque unos la lleven sistemáticamente a la práctica y las otras se queden casi siempre en el camino envenenado de la teoría. Lo que daña el alma es la intención y ambos por igual son reos de duplicidad que estafa el juramento nupcial inmortal, que se vuelve inmoral.
Pero, ¿es naturalmente indispensable la monogamia “quo ad vitam”? Fuera de los considerandos hipotecarios y sucesorios, ¿fortalece los vínculos sociales o antes bien, es un factor permanente de sospechas, disputas, rencillas y hasta refriegas domésticas que no pocas veces culminan en tragedias que estampan las portadas de los diarios sensacionalistas? ¿Por qué empecinarnos en cargar sobre los hombros de hombres y mujeres este pesado yugo que ni siquiera Moisés pudo soportar en las tablas de piedra que, como cuenta la historia si algún judío no la retorció, terminó arrojándolas al becerro, símbolo de la fertilidad natural de la raza?
La felicidad queridísimos lectores es en sí, efímera. ¿Por qué habría de ser eterno el amor que no es más que un estado de felicidad vivido a dúo? Pasa, ínclitos lectores. Cede su sitio a la rutina, a la misma mesa, a la misma cama, a las mismas posiciones anatómicas, al desgaste y la usura de los años.
Y ya que dijimos años, la edad es la piedra de Sísifo a la que natura nos condenó inocentemente: nada le hemos hecho al nacer para sufrir la maldición del desgaste, las artrosis, la próstata, la menopausia, los taponamientos arteriales, la diabetes o la gota. Si algo alivia al hombre y la mujer en la edad madura es el bálsamo de la juventud, aunque fuese prestada. ¿Quién, aunque hubiese propasado la barrera de la cuarentena no se inflama de ardores juveniles junto a una cándida joven de veinte años? Y viceversa. Hemos sido testigos de verdaderas resurrecciones hormonales en señoras cincuentonas que adoptaron un entenado de veinte. ¿Qué futuro le espera a esta digna señora al lado del hombre averiado de sesenta años al que las leyes humanas y divinas ataron de por vida? Este mismo señor deteriorado ya hallará recursos de reparación junto a una joven mujer de treinta con olor a espliego y salud.
Hasta aquí la traducción del sinólogo, siempre metido entre los vericuetos de su conciencia que alberga, como lo acabamos de constatar, ideas casi subversivas y altamente peligrosas para la paz social basada en la sagrada familia. Copié la traducción traicionando alguna que otra frase para seguir los dictámenes del autor tan contrario a la fidelidad. En cuanto al misterio del doctor Ovelia sigue pareciéndome sospechosa la aplicación insana que invirtió en trasladar al español esta receta impía que, de acatarse, derrumbaría los muros de Jericó que defienden el orden, los pilares de la sociedad, la democracia, la participación ciudadana en la responsabilidad pública, la estabilidad de los títulos bursátiles, las sociedades de fomento barriales, las cooperadoras escolares y quién sabe cuántas cosas más que podrían averiarse si malgastáramos el bien ganancial que es la base del capitalismo. No sé qué otra excusa agregar para silenciar mi conciencia y, en consecuencia, la del sinólogo.
Ya saben qué esperar de ahora en más de un hombre que vive con un gato.

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[1]N de A: Curiosamente, los culebrones venezolanos vienen insistiendo hace décadas con este mismo asunto y como los tomamos por banalidades, nunca sospechamos los lazos verificables (ADN mediante) de las filiaciones anónimas.